viernes, 24 de febrero de 2017


Qué triste es aquello de no encajar en los estándares.
Qué triste es ver a diario, por todos lados cuerpos perfectos, voces perfectas,
perfiles y rostros perfectos.
En las redes, en el transporte, en los modelos y hasta en los colegios.
Qué pena que mi cuerpo no se ajuste a ningún estándar de belleza, llegando a la conclusión de que soy casi amorfo. Con una figura que: "¡válgame dios!", en los círculos del culto al cuerpo. En ese lugar donde ni si quiera como flaco se sirve porque lo de hoy es tener marcado el cuerpo por todas partes; los tríceps, abdomen, cuádriceps, pectorales y hasta genitales.
Peor aún es y todavía más triste que en este momento, en este mundo lleno de prejuicios
y del estándar perfecto, uno este perdido, disperso, triste y sin saber cuánto se vale, no para ellos,
si quiera saberlo para ti mismo.

Dany R.-


 

viernes, 17 de febrero de 2017

...¿hecatombe en mi vida?
ni un tantito desgracia.
Eres luna inquieta, noche de versos, beso humedecido
aura y muy poquito distancia.
y todo, todo de ti lo llevo conmigo a todas partes.


Y aunque tú allá con tu mundo
 y yo aquí con el mío
nos esperamos valientes,
jóvenes esperanzados
beso humedecido,
ave repentina de mi pequeño puerto.



Dany R.

 

En los mejores abrazos no hay mucho que decir,
basta saber que ahí se está.

Y aunque nuestros silencios  no son abrazos
tampoco son soledades. Son más como un suspiro,
un te extraño que no se dice,
un vaivén y una espera de escuchar “te amo”
así, solito, sin tema, una sorpresa…

Dany R.-


 

viernes, 3 de febrero de 2017


Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador. Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco ese alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.


Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción… “Abdul Taré, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
—No ningún familiar —dijo el buscador— ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?
El anciano sonrió y dijo: —Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda qué fue lo disfrutado…, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?, ¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media? Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿el minuto y medio del beso? ¿Dos días?, ¿una semana?, ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo?, ¿y el casamiento de los amigos…?,  y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?
¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?, ¿horas?, ¿días?
Así vamos anotando en la libreta cada momento. Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

Jorge Bucay
(1999). Cuentos para pensar.
Buenos Aires: Editorial del Nuevo Extremo. Pp. 27-30.



miércoles, 1 de febrero de 2017









Me gustas cuando callas porque estas como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi vos no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estas como distante.
Y estas como distante y estas como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi vos no te alcanza:
deja que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como la lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estas como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


Pablo Neruda.-