La Carta.
El motivo de
esta carta no es ninguno en específico, solo quisiera narrar mi historia. No
mencionare mi nombre por motivos personales, sin embargo, mencionare que soy
médico, un neurólogo para ser exactos. Tuve una educación en escuelas privadas
de diversos países, fue una educación estricta y rígida por ser el mejor, lo
que me llevo a terminar a muy temprana edad, sorprendiendo a muchos en el campo
de la medicina por mi enorme genialidad. Más nunca ejercí, preferí el campo de
la investigación. Como estudioso del cerebro siempre me interese por
determinados comportamientos humanos y trastornos que hasta el día de hoy no
quedan muy claros para la mayoría. Y uno de esos aspectos que siempre me
emocionaron, la esquizofrenia. La esquizofrenia, entre otras características,
tiene que quien la padece, escucha voces y tiene un delirio de persecución.
Siempre nos hemos preguntado los que estudiamos el cerebro a que se debe esto.
Parte de mi investigación, relativa a este trastorno, consistía en hablar con
pacientes que estuvieran dispuestos a relatarme sus experiencias y anotarlas
dar un seguimiento.
Realicé
entrevistas, clandestinas muchas de ellas, que me mostraban poco a poco el
horror que vivían cada día estas personas. Sus descripciones eran realmente
alucinantes, nada que en este mundo pudiese ser descrito o siquiera parecido a
esos horrores que tanto temían. Porque descubrí eso, ellos temían a aquello que
escuchaban, lo temían tanto que intentaban huir, escapar, esconderse, lo que
fuera con tal de no escucharlos venir o comunicarse. En todos los relatos que
escuchaba, tenían en común algo, se referían a “ellos”, y siempre lo mismo se
respondió al preguntar quiénes eran “ellos”, los expectantes… Sin darme cuenta
los expectantes se comenzaron a convertir en una obsesión para mí, descarte
varias teorías al respecto. Histeria colectiva, no, porque los casos eran dados
en diversos lugares e individuos que convivían con los afectados no tenían
parte de estos pensamientos. Una forma de desviar la atención, tampoco, por lo
regular son individuos que pasan mucho tiempo solos hablando consigo mismos.
Hasta que empecé a preguntarme ¿y si en verdad existieran estos “expectantes”?
Esa fue la pregunta que arruinó mi existencia. A partir de entonces empecé a
buscar maneras de hacer que las ondas electromagnéticas del cerebro pudieran
dar ese salto a un objeto que las decodificara y me dejara oír y saber aquello
que los pacientes escuchaban. Me adentre en el campo de la electromagnética, de
las señales eléctricas, todo lo que necesitaba saber, me hice de varios socios
en el camino que me apoyaban al leer y escuchar los testimonios, queríamos
llegar a algo, queríamos que eso fuera tangible… Nunca supimos a qué jugábamos
y lo peligroso de no alcanzar a entenderlo. Solo tenía en la cabeza, si los
expectantes son reales, yo quiero saber más de “ellos”, estudiarlos, darlos a
conocer. Tras un esfuerzo enorme lo conseguimos, un decodificador de señales
cerebrales, ¿funcionaría? Con apoyo de una prestigiosa universidad conseguimos
un laboratorio de prueba, también accedimos a un paciente voluntario a ser
sometido a las pruebas. El día de la
prueba,
nuestro paciente estaba anormalmente nervioso, hablaba demasiado con él en voz
baja, volteaba a todos lados, de la nada reía demencialmente y antes de ser
conectado, me tomo de la manga de la bata me miro a los ojos con una cara de
horror que se agravaba con sus ojos inyectados en sangre y me dijo, a partir de
hoy ustedes formaran parte de mi pesadilla, cerro lo ojos y sonrió. Ese simple
acto me atemorizo, pero mi ambición científica era aún más grande que mi miedo.
Sin más, encendimos la máquina. Un armatoste que se le colocaba en la cabeza,
era la que transmitía las ondas amplificadas a un receptor, que lo convertía en
un audio… todo un avance en aquel momento. Al inicio solo se oía un poco de
estática, pero después de unos segundos, el terror se comenzó a apoderar de
nosotros, al tiempo que el paciente comenzaba a desesperarse y gritar que lo
destaramos que ellos venían, mientras mordía salvajemente las correas de cuero
que lo ataban, en el receptor se comenzaron a escuchar murmullos. Al inicio
solo un susurro, que se fue elevando poco a poco, subiendo su intensidad, hasta
que se escuchó claramente “ahora son nuestros”. Ante nuestros aterrados ojos
vimos, como el paciente era sacudido por algo invisible algo que lo tiraba de
un lado a otro mientras el gritaba de dolor por la fuerza con la que lo
estrujaban, mientras se escuchaban voces riendo por el receptor, uno de mis
colegas se desmayó ante el horror de aquella escena. El paciente seguía siendo
sacudido, y las risas continuaban, si no fueran por las malditas risas, todos
los presentes hubiéramos jurado que era un ataque epiléptico. El paciente dejo
de quejarse, finalmente había muerto víctima de “ellos” a quienes nosotros
ayudamos a que lo atraparan. Seguían los murmullos, rumores decían “siguen
ustedes”, grite desesperado “apaguen eso” alguien susurro casi llorando esta
“apagado desde que el paciente murió”. Así es, sin saberlo y tal como lo dijo
el paciente, desde ese día somos parte de su pesadilla. Todos los presentes
continuamos escuchando las voces, nos aterramos cuando las comenzamos a oír y
queremos escapar, dos de mis compañeros, dementes por la tortura de “ellos” se
suicidaron, a otro ya lo atraparon, y solo quedamos dos… pronto será solo uno.
Esta misiva es una constancia, de que estamos inmersos en un mundo que
desconocemos, si alguien encuentra esa infernal máquina que creamos,
destrúyanla, destrócenla en nuestro nombre. Hoy he decidido acabar con mi vida,
las voces de “ellos” me perturban, nos pusimos a su alcance y ahora nos
torturan. En este hospital donde estoy internado todos ríen cuando les digo que
“ellos” me hablan, ríen como yo lo hacía de los demás, cuando no sabía que en
verdad existían “ellos”… dejare de escribir, “ellos” me están buscando y el
sonido de la tinta corriendo me puede delatar… “sigues tú”.
“Kagemaro, the first to Suffer”.-